martes, 26 de octubre de 2010

Bienvenido a nuestras vidas Darío

Se suponía que ayer salía de cuentas, y sin embargo Darío se adelantó 4 semanas, de manera que el día 27 de septiembre decidió venir al mundo y mañana ya hace un mes que está aquí.

Es un ángel rubio, comilón, dormilón y cagón. Y todo el mundo que lo ha visto piensa que es precioso y tremendamente bueno... Yo que pensé que tendría un postparto lleno de dolor, llanto y cansancio y está siendo todo lo contrarío... jamás pensé que tendría tanta suerte en la vida.

Todo comenzó llegando de un viaje Málaga-Jerez yo solita como mujer independiente cogí el coche y decidí ir a ver a mi madre, ya que pensaba que todavía me quedaba un mes para dar a luz y más adelante estaría demasiado gorda para poder conducir a gusto.

Así que el domingo por la noche, tres horas después de llegar, rompí aguas. A media noche, Miguel y yo nos fuimos al hospital sin una sola contracción y a eso de las 3 de la mañana empecé a tener contracciones de las que quitan el aliento que duraron hasta las 3 de la tarde que es cuando mi niño vino al mundo pesando 2600 gr y midiendo 47 cm, rubito como el sol y con los ojos azules oscuros como el océano.

Y aunque al principio cuando rompí aguas me entró un buen mosqueo porque me faltaban muchísimas cosas por preparar, luego me alegré porque el parto es la peor tortura que yo podía imaginar, y es mejor parir un niño pequeño que uno grande. Así que tras 12 horas de tortura donde no me hizo efecto la epidural y unos cuantos empujones donde yo creí que me desgarraría viva, nació mi hijo, Darío.

En el momento en que nació se acabó todo lo malo, y me convertí en la persona más feliz del mundo. Nada más salir, incluso antes de cortar el cordón umbilical lo tumbaron sobre mi pecho, piel con piel, era moradito y verde. Yo me afanaba en darle calor con mis manos y como no me atrevía a moverle le miraba la coronilla desde arriba. Aún no conocía su cara y ya me parecía la creación más bonita del universo. Ya todo me parecía perfecto, ni siquiera te fijas en la matrona que continúa la faena cosiendo sin anestesia. Y por primera vez en 8 meses todo cobra sentido y sabes que cualquier sufrimiento vivido merece la pena.

Miguel y yo nos mirábamos y sonreíamos, éramos y somos padres. Los padres más felices del mundo.